ANTOLOXÍA DE TEXTOS RELACIONADOS COA POLÉMICA GONGORINA

Lenzo de Luis de Góngora acompañado dun texto explicativo.

 Luis de Góngora

1613 Anónimo

Carta de un amigo de don Luis de Góngora en que da su parecer acerca de las Soledades que le había remitido para que las viese (ed. Daria Castaldo, OBVIL)

Para que entienda vuestra merced le he servido pasando los ojos como me mandó por esta Soledad con todo cuidado y afición, quise de propósito (no proponerle, pues no son propriamente objeciones) apuntar algunos escrúpulos que inter legendum, o ya por no entenderlos o ya por razonablemente dudarlos, he reparado. 

Y es porque no arguya vuestra merced que dejar de hacerlo era indicio en mí de ignorarlo. Primeramente, en la cuestión acerca del nombre que este poema merece [que] se comenzó a ventilar la otra mañana, no quedé muy satisfecho; y para mi entender será menester suponer algunas condiciones que el Filósofo en sus Poéticas enseña necesarias a la épica y heroica.

1614 Francisco Fernández de Córdoba

Parecer de don Francisco de Córdoba acerca de las Soledades, a instancia de su autor (ed. Muriel Elvira, OBVIL)

Vino a mis manos, por las del señor Francisco de Gálvez, la primera parte de sus Soledades de vuestra merced y lo que tiene hecho de la segunda, con que me intimó un mandato de vuestra merced preciso: que las viese y le dijese mi sentimiento. 

Acudí a lo primero con mucho gusto, por ser en favor mío, que no le tengo por pequeño el comunicarme vuestra merced sus obras tan para estimar de todo el mundo, y en particular de mí, o por la antigua amistad, o porque, como he visto algún tanto en poetas y poemas antiguos y modernos, me corre obligación de saber la excelencia de los de vuestra merced, la ventaja que hacen a los demás, sus agudezas peregrinas, la eminencia de su ingenio ya mejor aplicado que hasta aquí a cosa que participa de lo serio y continuado. Ojalá fuera la materia más grave, heroica, como algunas veces lo he procurado, si bien no he podido persuadir a vuestra merced, y no quedara nuestra España (como está hoy) sin alabanza alguna en este género [...] Juzgo, mi señor, que lo que a la hermosura de estas Soledades y vago lienzo de Flandes ofusca y hace sombra (efecto suyo proprio) es la oscuridad: cuanto más afectada y puesta en práctica, tanto más viciosa, pero seguida de vuestra merced; a quien yo no quiero persuadir con autoridad mía (que no me atribuyo tanta), sino con la de los más graves autores del mundo, que procuran desterrarla de los escritos bien formados [...] Pero nace en esta composición la oscuridad de la demasía de tropos y esquemas, paréntesis, aposiciones, contraposiciones, interposiciones, sinécdoques, metáforas y otras figuras artificiosas y bizarras cada una de por sí, y a trechos y lugares convenientes, mas no para amontonadas [...] Así sucede en la poesía y en cualquiera elocución: no han de ser áridas, ni desnudas, no, ni por imaginación, pero ni tan llenas de adorno que con él se desadornen, ahoguen y confundan; que igualmente sin duda está expuesto a injurias del tiempo y de los hombres el que en todos tiempos anduviese desnudo, como el que descomunalmente cargado de ropa [...] Así que no debe vuestra merced procurar escribir para solos los doctos porque, de esta suerte, le entenderán y gustarán de sus obras muy pocos, parte por no serlo en esta facultad, parte porque no querrán gastar el tiempo y sus juicios en adivinar qué quiso decir vuestra merced (que no profesó escribir enigmas, como en Simposio), reduciendo a trabajo lo que había de ser meramente gusto, y matándose por entenderlo o no entenderlo [...] Dirame vuestra merced a esto dos cosas: la primera, que la oscuridad causada de locuciones extraordinarias, palabras peregrinas y muchedumbre de figuras hace y engendra el hablar grande y estilo sublime; la segunda, que hay otros muchos poetas de los de más nombre oscuros y, con dificultad, inteligibles. Respondo a lo primero que es así que el hablar figurado demasiadamente y con palabras peregrinas (como no dé en enigma, ni barbarismo) engendra el estilo sublime; testigos: Aristóteles, Escalígero, Torcuato y otros que en varios lugares varias veces lo afirman. Pero eso se entiende, según ellos, en poema grave, trágico, heroico u otro semejante; que, siendo de su naturaleza ilustres, piden estilo y modo de decir fuera del vulgar, como lo hiciera vuestra merced si aplicara su ingenio y genio a lo épico, de que diera mejor que otro ninguno. Pero un poema, cuando no lírico, de materia humilde, bucólico en lo que descubre hasta ahora, no ha de correr parejas con lo heroico, desdiciendo mucho del decoro que se debe a las personas [...] Lo mismo deseo haga en el uso de palabras peregrinas, digo derivadas de latín y toscano; y no tanto en la muchedumbre de ellas, pues todas son muy buenas, y a la verdad eso es enriquecer nuestra lengua y muy conforme a los preceptos del arte (según Aristóteles, Horacio, Vida, Tasso y otros); pero en el frecuentarlas y repetirlas muy a menudo, pues, como a forasteras, se ha de ir poco a poco y con recato, dándoles entrada y lugar señalado si queremos que sean bien recibidas y estimadas en algo [...] El hipérbaton con todas sus especies (sea tropo o figura, que en duda lo pone Quintiliano e importa poco) sirve sin duda grandemente al ornato, turbando el orden de las palabras con anteposiciones, interposiciones y postposiciones que realzan el hablar y le hacen numeroso y nada vulgar, respecto de lo cual le alaba mucho el referido autor. Pero no ha de ser todo hipérbaton, que será menester traer en la manga un intérprete que a los oyentes o lectores declare el sentido de lo que queremos decir, que, de otra suerte, parecerán bernardinas y así, a mi juicio, debe vuestra merced moderarse en él. De la hipérbole juzgo lo mismo [...] Esto es, en común, lo que siento de las Soledades y en particular de la primera. Confesaré algunos pecadillos, o al menos que yo los he juzgado por tales.

1614 Carta a Luis de Góngora atribuida a Lope de Vega

Háganos V.m. merced de sacar a la luz la miscelánea cuatrilingüe que ofrece, que es muy deseada y he visto a muchos muy alborozados esperándola, porque de tal caudal nos prometemos un monstruo de erudición y agudeza […] no sé si es acertado divertirse a tantas lenguas, porque el río derramado en brazos enflaquece su corriente principal.

Y todo esto no es más que leer y escribir, y deste término al de alcanzar la fuerza de las frases, propiedad y galanterías de la tal lengua y lo demás necesario para componer en ella, bien sabe V.m. la distancia que hay, como sabe también que pocos o ninguno han escrito en lengua ajena conceptos proprios que merezcan nombre de poema o trabajo de importancia; que fragmentos sueltos o traduciones muchos lo han acometido y pocos lo consiguieron con perfección; mas esta miscelánea de V.m. ha de ser el plus ultra no conocido hasta aquí; y cuanto a la lengua griega buen principio le han ado V.m. y sus comentadores declarándonos lo que quiere decir aforismo y el poeses, tan repetido en sus escritos que quien esto alcanza no lo ignora todo.

Lástima es que V.m. esté engañado, dándose a entender que a costa de su trabajo ha llegado nuestra lengua a la alteza de la latina y que en tenerse por inventor desta maravilla se halle consolado de los muchos en que le han puesto las Soledades […] nadie ignora que nuestra lengua llega a la alteza de la latina, y si V.m. es autor desta grandeza ha de ser o por haberla estendido tanto como ella o por haberla dado igual perfección. La extensión parece que tiene mayores fundamentos, porque como la que tuvo la latina procedió de la extensión de su imperio en el cual ella era vulgar […] y desta misma extensión del imperio español procedió la de su lengua, sin debérselo a V.m., de que no puede dudarse, y asíoo viene a estar el engaño en atribuirse V.m. la perfección que le debemos.

Ésta se ha de verificar con hombres doctos españoles; aquí hay más que en otras partes, que aunque Mendoza los reduce a catorce pudiera acordarse de los Padres Pedrosa, Cerda, de Pedro de Valencia y otros hombres graves y doctos, que no sólo los que han hecho versos públicos son capaces de materias tan graves […] habiendo comunicado muchos hombres de los que en nuestros tiempos más han florecido en academias italianas, siempre les he oído alabar y envidiar mucho nuestra lengua, no porque en ella están escritos poemas de más perfeción que en la suya, que en esto ventaja nos hacen y lo conocen como nosotros lo debemos confesar, ni por tener dificultosa la construcción y de períodos largos y intricados, sino por la excelencia de haber hallado cómo decir en una redondilla un concepto y a veces más sin necesidad de otra para acabar de esplicarle y por haber adelantado tanto la perfeción de los versos endecasílabos después que se usan en España, que casi cada uno construyéndole sin dependencia de otro hace sentido y esplica enteramente un concepto que en poesías italianas antiguas y apenas en modernas lo hallará V.m.; y cuando por la variedad se permitiese alguna partición del verso, buen ejemplo tiene V.m. en Virgilio, que usa dellas las menos veces, siendo todos los suyos tan enteros y rodados. Esta excelencia, siendo de las mayores de nuestra lengua, la destruye V.m. con su nueva gramática: mire qué lejos está de perficionarse con ella.

Dice V.m. que ha sido el inventor de que nuestra lengua llegue a la alteza de la latina a costa de su trabajo, y habiendo de ser esto, obligación tiene V.m. de imitar y igualar a los príncipes della, Cicerón y Virgilio, por su camino cada cual. De ninguno dellos se ha dicho jamás que es intricado y confuso, y de las Soledades lo dicen casi todos en general; luego ya que imiten a la latina, ha de confesar V.m. que no llegan a su alteza, pues son opuestas a los que tuvieron la mayor, y si hay otros autores latinos de obscuro y desabrido estilo que han sido bien admitidos, escribieron tan misteriosos sus conceptos que se les puede perdonar la obscuridad y confusión […] muchas ha juntado en estas sus Soledades pues, siendo ellas tan intricadas y escabrosas como V.m. y sus comentadores lo conocen, son tan superficiales sus misterios que, entendiendo todos lo que quieren decir, ninguno entiende lo que dicen […] he oído a muchos que no es perfección de nuestra lengua hacerla tan semejante a la latina que obligue para entenderla a preceptos de construción dificultosa, pues esto no es necesario y sólo es tomar lo peor de la latina […] y cierto es que Mendoza y el oráculo de sus corolarios conocieron lo mismo y la urgente necesidad de prevenir respuesta, pues antes que saliesen en público las Soledades se apercibieron de comento, no enseñando ni repartiendo un papel sin otro […] temiendo el suceso del ruiseñor […] “Tú no eres más que voz y fuera de eso nada” […] aconseja Catón senior que no se ponga gran cuidado ni gaste mucho tiempo en las de risa, porque el hombre que esto hiciese, queriendo tratar después de cosas importantes, también será ridículo y burlado […] Homero y Virgilio fueron heroicos, Horacio y Píndaro líricos, Juvenal y Marcial satíricos, Terencio y Plauto cómicos, V.m. y Merlín Cocaio ridículos; y aunque algunos dellos escribieron juntamente otras cosas en diferentes estilos, hicieron su principal profesión en el que cada uno va nombrado. Y el autor de la Macaronea sintió desto tanto que, habiendo hecho un poema heroico y calificado en su academia por el segundo de Virgilio, lo quemó no queriendo sufrir otro primero, y así escribió en el estilo macarrónico, haciéndose en esto singular.

¿1616? Lope de Vega «Carta echadiza»

Si alguna causa dio primero movimiento a los que en este y otros lugares se han atrevido al inacesible ingenio de vuestra merced, ya en el Polifemo, ya en las Soledades, fue sólo el haberlas fiado de Mendoza, que, si vuestra merced le enviara a don Juan de Jáuregui, mejor supiera defenderlas que la ofendió con tan largos aunque doctos discursos […] pues siempre [Lope] alaba y encarece aquel género de transposiciones en su elegante poesía de vuestra merced, y consta a toda la gente que le hizo por algunos mochuelos que aquí le imitan bárbara y atrevidamente, a quien sucede lo que a muchos que contrahacen el latín de Justo Lipsio y escriben una lengua tan monstruosa que ni es latina, ni hebrea, ni arábiga, mas no por esto Lipsio deja de ser aquel divino inventor de tan único estilo, que es lo mismo que sucede a vuestra merced, único ingenio y inimitable.

1621 Epístolas de La Filomena de Lope de Vega «a un señor destos reinos»

[II] Respuesta de Lope de Vega Carpio (ed. Pedro Conde Parrado, OBVIL).

[...] Yo, señor, responderé a lo que vuestra excelencia me manda con las más llanas razones y de más cándidas entrañas, porque realmente –y consta de mis escritos– más se aplica este corto ingenio mío a la alabanza que a la reprehensión, porque alabar, bien puede el ignorante, mas no reprehender el que no fuere docto y tenido en esta opinión generalmente; aunque en esta infelicísima edad vemos hombres anotar y reprehender cuando fuera justo que comenzaran a aprender; pero atájales la soberbia el camino de conseguir las ciencias con la humildad y contemplación: porque si todos los artes, como los antiguos dijeron, «in meditatione consistunt», quien toma los libros para burlarse con arrogancia y no para inquirir con humildad lo que enseñan, claro está que se hallará burlado y mal quisto: justo premio de su locura [...] El ingenio de este caballero desde que le conocí, que ha más de veinte y ocho años, en mi opinión (dejo la de muchos), es el más raro y peregrino que he conocido en aquella provincia, y tal que ni a Séneca ni a Lucano, nacidos en su patria, le hallo diferente, ni a ella por él menos gloriosa que por ellos. De sus estudios me dijo mucho Pedro Liñán de Riaza, contemporáneo suyo en Salamanca; de suerte que non indoctus, pari facundia et ingenio praeditus rindió mi voluntad a su inclinación, continuada con su vista y conversación, pasando a la Andalucía, y me pareció siempre que me favorecía y amaba con alguna más estimación que mis ignorancias merecían. Concurrieron en aquel tiempo en aquel género de letras algunos insignes hombres que quien tuviere noticia de sus escritos sabrá que merecieron este nombre: Pedro Laínez, el excelentísimo señor marqués de Tarifa, Hernando de Herrera, Gálvez Montalvo, Pedro de Mendoza, Marco Antonio de la Vega, doctor Garay, Vicente Espinel, Liñán de Riaza, Pedro Padilla, don Luis de Vargas Manrique, los dos Lupercios y otros, entre los cuales se hizo este caballero tan gran lugar, que igualmente decía de él la fama lo que el oráculo de Sócrates. Escribió en todos estilos con elegancia, y en las cosas festivas, a que se inclinaba mucho, fueron sus sales no menos celebradas que las de Marcial, y mucho más honestas. Tenemos singulares obras suyas en aquel estilo puro, continuadas por la mayor parte de su edad, de que aprendimos todos erudición y dulzura, dos partes de que debe de constar este arte, que aquí no es ocasión de revolver Tassos, Danielos, Vidas y Horacios, fundados todos en aquellos aforismos de Aristóteles. Mas no contento con haber hallado en aquella blandura y suavidad el último grado de la fama, quiso (a lo que siempre he creído, con buena y sana intención, y no con arrogancia, como muchos de los que no le son afectos han pensado) enriquecer el arte y aun la lengua con tales exornaciones y figuras, cuales nunca fueron imaginadas ni hasta su tiempo vistas, aunque algo asombradas de un poeta en idioma toscano que por ser de nación genovés no alcanzó el verdadero dialecto de aquella lengua, donde hay tantas insignes obras inteligibles a la primera vista de los hombres doctos y aun casi de los ignorantes. Bien consiguió este caballero lo que intentó, a mi juicio, si aquello era lo que intentaba: la dificultad está en el recibirlo, de que han nacido tantas, que dudo que cesen, si la causa no cesa [...] Todo el fundamento de este edificio es el trasponer, y lo que le hace más duro es el apartar tanto los adjuntos de los sustantivos, donde es imposible el paréntesis: que lo que en todos causa dificultad la sentencia, aquí la lengua [...] Esto es sin duda infalible dilema y que no ofende al divino ingenio de este caballero, sino a la opinión de esta lengua que desea introducir; más, sea lo que fuere, yo le he de estimar y amar, tomando de él lo que entendiere, con humildad, y admirando lo que no entendiere, con veneración; pero a los demás que le imitan con alas de cera en plumas tan desiguales, jamás les seré afecto, porque comienzan ellos por donde él acaba.

1624 Anónimo

Contra el Antídoto de Jáuregui y en favor de don Luis de Góngora, por un curioso (ed. José Manuel Rico García, OBVIL).

Por ser yo también natural de Sevilla, mi señor don Juan, y nacido y criado en su misma collación de vuestra merced, la Magdalena, y aun su amigo ab incunabulis, porque las letras del A. B. C. nos las enseñó a los dos un mismo maestro, que fue Bazán, me atrevo, por todos estos títulos y por ser mayor de edad, a decirle a vuestra merced lo mal que lo miróI en arrojarse a escribir el Antidoto de vuestra merced, tan cacareado, contra las obras de don Luis de Góngora, famoso ingenio, y que ha honrado con ellas nuestra España y nación, las cuales por curiosidad he juntado todas o casi todas en este libro y en otro. Y cuanto a lo primero, digo, señor, que cuando vuestra merced fuera extranjero, no me espantara, por el odio y envidia natural que los tales tienen a los españoles, pero que, siendo vuestra merced español y andaluz, haya querido oscurecer lo que tantos doctos españoles y hombres de buen gusto han alabado, engrandecido y reverenciado como a prodigio y monstruo de naturaleza. ¡Y qué digo los españoles! ¡Todas las naciones que han tenido noticia de sus obras! Y es tanto esto verdad, que dudan los napolitanos (como tan eruditos en poesía) que español haya compuesto semejantes obras, particularmente elPolifemo y Soledades. Hame dado que pensar si lo hizo vuestra merced obligado del oficio de poeta por el refrán o instimulado de la carcoma de la envidia o atormentado que fuesen ajenas obras, que es el castigo que señala y apunta Quevedo que los poetas tienen en su infierno imaginario. Séase lo que se fuere, no ha servido de otra cosa su Antidoto de vuestra merced sino de dar el vejamen para que le den todo el claustro pleno de los señores doctores de la facultad el grado que merece.

1625 Alonso de Castillo Solórzano

El culto graduado de Alonso de Castillo Solórzano Tarde V (ed. Rafael Bonilla Cerezo, OBVIL).

Cerca de los últimos términos del día fatigaba el rubio hijo de Latona7 el luminoso tiro, conducidor de su radiante carroza, solicitando la brevedad de su curso por hallarse en el undoso imperio de Neptuno, donde la graciosa Tetis le prevenía alojamiento, cuando los frondosos árboles, socorridos del regalado céfiro, brindaban a las pintadas aves con el apacible murmureo de sus verdes hojas, a que haciendo la razón su concertada y sonora armonía convidó juntamente a las damas a que saliesen a gozar de sus amenos y compuestos cuadros; y en uno, donde el arte competía con la naturaleza, hicieron traer asientos, y acomodándose todas, esperaron a Octavio y al médico, a quien le tocó la suerte del novelar aquella tarde. No quisieron que les deseasen su venida mucho porque, casi al mismo instante que se habían sentado, llamaron los dos a la puerta del jardín, entraron y, apeándose Octavio de su macho y el médico de su regalada mula, llegaron a la amena estancia elegida por aquella tarde para su gustoso entretenimiento, donde siendo alegremente recibidos de aquellas señoras les dieron asientos; y porque no se les pasase el tiempo, Octavio templó su guitarra, a quien acompañó con sonora voz, cantando este romance que se sigue, que dijo antes haberle hecho al propósito de un galán desfavorecido de una dama que pretendía y, para inclinarla a que le admitiese en su gracia, se valió de una hechicera que, pagada, le dio unos hechizos en una redoma [...] La buena voz y donaire de los versos bien aplicados al asunto dio mucho gusto a los agradecidos oyentes, pagándoselo ellos en encarecidas alabanzas que estimó mucho Octavio; y llegándole su plazo al médico para contar la novela, de que el día antes le había tocado la suerte, ocupando un asiento entre aquellas hermosas damas algo más eminente que los demás, habiéndose sosegado un pequeño rato, cuando todos le guardaban silencio, en clara voz comenzó su novela de esta suerte.

Novela V. El culto graduado

[...] Hizo luego, picado de la alabanza, un soneto a la misma Inés, siendo el asunto de él que, estándose tocando a un espejo, al tiempo de mirarse la primera vez en él, entró un rayo del sol que, penetrando el resquicio de la ventana, dio en la luna y la deslumbró. Decía de esta suerte:

Esplendente deidad cándido tiro 

(en fúlgidos bocados ya tascante)

 unce a clara mansión, solio vagante, 

subpeditando campos de zafiro.

 Desmayado esplendor en corto giro

 desmiente antiguo ser de su brillante 

diadema, que deidad más fulgurante, 

luz oponiendo a luz, da al sol retiro.

Tersa mira palestra, en quien duplica

beldades de su origen procedentes, 

la suya radiante improperando; 

ínvidos rayos a la luna aplica

 con que, pausas haciendo intercadentes,

 menos vaya primores propagando.

Continuando el cultivísono bachiller este prolijo ejercicio, vino a distraerse de sus estudios de tal modo que sola su ocupación era hacer versos cultos a diferentes propósitos, no le teniendo ninguno de cuantos hacía, con que vino a padecer ruinas el celebro.

1628 Fray Hortensio Félix Paravicino

Vida y escritos de don Luis de Góngora (ed. Adrián Izquierdo, OBVIL).

En los mayores años, o avisado de los asuntos, o escrupuloso del estilo menos grave en obras tan celebradas, no sin generosa vergüenza de algún amigo de menor edad (confesó él) se empeñó a la grandeza del Polifemo y Soledades y otros más breves poemas que enseñará esta estampa. Discurrir del crédito y calumnias y todo lo apologético de una parte y otra de este estilo pide más tiempo, y más notas de erudición, que estos renglones permiten. En la liza andan ingenios que lo batallarán bien estruendosamente. El autor de esta prefación a las Obras de don Luis no hace (por ahora) más profesión que de amigo suyo; lega y brevemente refiere la verdad y fía del espíritu grande de este español que vivirá en la memoria y aun en los labios de todos, e irá debiendo a la posteridad más aplauso siempre, pues por lo que tiene de muerte la ausencia, le veneraron en vida otras naciones.

No quiero negar alguna más licencia que dio a sus Musas para huirse a la sencillez de nuestra habla castellana. Si no hubiera habido de estos atrevimientos, no solo no hubiera dejado los primeros paños de su niñez, mas ni sacado los brazos de las fajas supersticiosas de la ignorancia y del miedo nuestra infancia. Y cuando demasiadamente religioso el seso51 le confiese, o en la locución, voces latinas, o en la oscuridad y metáforas, descuido y afectación, prueben a vencerle con imitación no jocosa y reconocerán el paremia de los griegos: que el desliz del pie de un gigante es carrera para un enano.

1629 José Pellicer y Tovar

Vida de don Luis de Góngora (ed. Adrián Izquierdo, OBVIL)

Escribió después la Soledad primera y, apenas la publicó, cuando padeció semejante invasión que el Polifemo, acusándole de oscuro los que no le entendían. Respondió a los que no lo entendían con el desprecio, con la risa, pero mejor en otro soneto, sin género de duda grande:

Con poca luz y menos disciplina

al voto de un muy crítico y muy lego, 

salió en Madrid la Soledad, y luego 

a palacio con lento pie camina.

 La puerta le cerró de la Latina 

quien duerme en español y sueña en griego,

 pedante gofo, que, de pasión ciego, 

la suya reza, y calla la divina. 

Del viento es el pendón pompa ligera, 

no hay paso concedido a mayor gloria,

 ni voz que no la acusen de extranjera. 

Gastando, pues, en tanto la memoria, 

ajena invidia, más que propia cera,

 por el Carmen la lleva a la Victoria.

Del modo mismo se portaron sus émulos con la Soledad segunda, reprehendiendo el estilo, las metáforas, las alusiones y demás tropos de que usa con frecuencia don Luis, que se desahogó de las calumnias en otro soneto no menor y más grave: 

Restituye a tu mudo horror divino,

 amiga Soledad, el pie sagrado,

 que captiva lisonja es, del poblado,

 en breves hierros pájaro ladino. 

Prudente cónsul, de las selvas dino, 

de impedimentos busca, desatado,

 tu claustro verde, en valle profanado

 de fiera menos que de peregrino. 

¡Cuán dulcemente de la encina vieja

 tórtola viuda al mismo bosque incierto

 apacibles desvíos aconseja!

 Endeche el siempre amado esposo muerto

 con voz doliente, que tan sorda oreja

 tiene la soledad como el desierto.

[...] Quedaron los escritos de este insigne varón con su muerte desamparados y sin quien cuidase de ellos, sujetos a perderse en los originales y a echarse a perder en las copias, y no habiendo querido darlos a la prensa en vida con cuidado, se los estampó, o la enemistad, o la codicia, con prisa, con desaliño, con mentiras y con obras que le adoptó el odio de su nombre. Tan otras salieron de las que eran antes, que llevaron bien sus afectos que se recogiesen de orden justificada y soberana. No faltó, pues, quien, con la afición de amigo y la piedad de noble, tratase de conservarlas, acudiendo al reparo de la opinión de don Luis, que iba desmoronada. Y así, don Antonio Chacón, señor de Polvoranca, caballero de grandes partes, que, con la familiaridad que tuvo con él alcanzó también mano para recogerlas todas habiéndole comunicado lo más retirado de ellas, las copió todas en sutiles vitelas, en bizarros caracteres y en costosas encuadernaciones, en cuatro tomos, las consagró todas al nombre y protección del conde duque de Sanlúcar, para que en su excelentísima y numerosa biblioteca se conserven contra el olvido, mejor que las de Homero en la preciosa caja del otro príncipe, para que las halle la posteridad veneradas y, entre el polvo docto, las respeten los siglos venideros.

1631 Francisco de Quevedo

Prólogo a las obras de Fray Luis de León (ed. Lía Schwartz e Samuel Fasquel, OBVIL).

[...] Dejome vuestra merced estas obras grandes en estas palabras doctas y estudiadas, para que sirviesen de antídoto en público a tanta inmensidad de escándalos que se imprimen, donde la ociosidad estudia desenvolturas, cuanto más sabrosas, de más peligro [...] De buena gana lloro la satisfacción con que se llaman hoy algunos cultos, siendo temerarios y monstruosos, osando decir que hoy se sabe hablar la lengua castellana, cuando no se sabe dónde se habla, y en las conversaciones –aun de los legos– tal algarabía se usa que parece junta de diferentes naciones; y dicen que la enriquecen los que la confunden [...] Largo ha sido mi discurso y, con todo, no llega a medirse con la raíz que ha echado esta cizaña de nuestra habla.

1633 Anónimo

Escrutinio sobre las impresiones de las obras poéticas de don Luis de Góngora y Argote (ed. François-Xavier Guerry, OBVIL). 

Visto lo impreso de las obras de don Luis de Góngora y Argote hasta hoy, se advierte lo que llevan siniestro, para que si hubiere lugar se enmiende [...] Sus obras se han estampado a trozos por hombres eminentes y afectos a ellas. Débeseles agradecimiento: a la intención, sí, al hecho, no, porque el primero llegó a manos de su autor no con lunares ni con borrones, con más, sí, abominables errores: ofensa sin culpa, si no lo es la ignorancia.

El segundo, con defensas o anotaciones, o como quisiere llamarlas el lector pío; grande fatiga, erudición grande, grandes noticias: es, cierto, digna de su autor, venerado en España por eminente; pero parece inútil, porque aquellos que han seguido el genio de don Luis, dueños de sus frasis y modo, ni las han menester ni las aprueban; como asimismo, para los que no conocen estas partes, son confusión sobre confusión, laberinto sobre laberinto: tal les sucedió a las bien trabajadas defensas contra aquel aún más que desventurado Antídoto.

El tercero tomo que salió de la estampa, es de admirar que, siendo por la disposición de un curioso aficionado, hijo de Córdoba, y del mismo tiempo, saliese con tantas ofensas para la legalidad que se debe a intentos tales, como se verán cuando se llegue a tocarlas, para donde se cita al lector. Y se le advierte que no se ponen todas, pues, para hacerlo, fuera necesario volver a fundir el volumen.

1633 Jusepe Antonio González de Salas

Sección V de la Nueva idea de la tragedia antigua o ilustración última al libro singular de Poética de Aristóteles Stagirita (ed. Luis Sánchez Laílla, OBVIL).

[...] Atentamente también he yo considerado si podrían en su abono aquellos lucífugas oponer aún alguna aparente razón, y ninguna hallo que lo sea. Porque si dijesen que con aquella dificultosa obscuridad contraen y granjean un cierto respeto y admiración, ¿qué cosa se puede imaginar tan sin fundamento? Pues esta admiración y reverencia ¿de quién viene a ser? Solo del torpe vulgo, o de alguno que, siendo superior, dignamente ocupa por ignorante en el aprecio de los doctos el lugar más ínfimo de la plebe.

1936 Francisco del Villar

Fragmentos del Compendio Poético Proposición sexta «En todo género de Poesía fue eminente don Luis de Góngora» (ed. Jesús Ponce Cárdenas, OBVIL).

Tal es la cortedad de nuestro discurso y su capacidad tan limitada que apenas hay ingenio en quien dos facultades se hallen con eminencia, aunque no falta en nuestros tiempos presunción (raro despejo) que se haya atrevido a tener públicas conclusiones de todas. Aun dentro de una misma ciencia se dan pocas veces las manos lo práctico y lo teórico, verdad que ordinariamente están mirando las experiencias. Sea ejemplar la poética, cuyas partes, como si fueran incompatibles o contrarias, raras veces las vemos hermanadas en un sujeto. En lo Heroico se ciñeron el laurel Homero y Virgilio, en lo lírico Horacio y Píndaro, en lo satírico Persio y Juvenal, en lo epigramatario Marcial y Catulo, en lo cómico Plauto y Terencio, en lo trágico Lucano y Séneca. Don Luis de Góngora parece que supo poner excepción a esta regla, jugando las armas de Apolo a muchas manos y recibiendo cariño de todas las Musas. Algunos se han persuadido que solo en lo satírico hizo con mejores esfuerzos, pero cualesquiera que eche la sonda hallará su profundidad, en lo epigramatario, heroico y lírico. Sus obras mismas harán demonstración matemática, que no ha menester ajena defensa quien siempre viste tan aceradas armas.