FRAGMENTOS DE HISTORIA DE LA CRÍTICA MODERNA, DE RENÉ WELLEK

Desde los inicios del Renacimiento hasta mediados del siglo XVIII, la historia de la crítica consiste en establecer, elaborar y difundir una concepción de la literatura que, sustancialmente, es la misma en 1750 que en 1550. 

Por supuesto, hay variaciones de interés y cambios de terminología; hay diferencias entre unos críticos y otros, en los principales países europeos y en las distintas etapas de la evolución. 

Fueron tres las etapas, según predominara claramente la autoridad, la razón o el gusto. Pero, a pesar de todas estas diferencias, es lícito hablar de un movimiento único, ya que sus principios son en esencia los mismos y sus fuentes se apoyan en el mismo cuerpo de textos: 

  • La Poética de Aristóteles.
  • La epístola Ad Pisones de Horacio.
  • Las lnstitutiones de Quintiliano, donde se codifica lo mejor de la tradición retórica. 
  • En una etapa posterior, el tratado Sobre lo sublime, atribuido a Longino.

Fotografía do busto de Aristóteles tallado en mármore

 Busto de Aristóteles

El neoclasicismo es una fusión de Aristóteles y de Horacio, un restablecimiento de sus principios y opiniones que solo sufrió cambios de menor cuantía durante casi tres siglos. 

Por sí solo, este hecho establece algo que muchos historiadores de la literatura se resisten a reconocer: el profundo abismo entre teoría y práctica que se abre a lo largo de la historia literaria. 

Por espacio de tres siglos repitió la gente las opiniones mantenidas por Aristóteles y Horacio, las sometió a discusión, las incorporó a los textos, se las aprendió de memoria; y, mientras tanto, las obras literarias seguían su camino, con absoluta independencia. 

En el fondo, era la misma teoría crítica la que abrazaron personajes tan dispares como los poetas del Renacimiento italiano; Sidney y Ben Jonson, en la Inglaterra isabelina; los dramaturgos de la corte de Luis XIV, y el Dr. Johnson, que pertenecía a la clase media. 

Durante estos tres siglos, los estilos literarios habían sufrido profundas revoluciones, pero sin que se formulara ninguna teoría literaria nueva ni distinta. 

Los poetas «metafísicos», cuyas composiciones difieren totalmente de las de Spenser por la estructura y el pormenor local, apenas contaban con justificación teórica para su obra; a veces hablan de «ingenio», otras de «versos enérgicos», pero, salvo estos pobres apelativos críticos, ni Donne ni ningún otro de sus compañeros poéticos desarrollaron una teoría literaria que realmente explicase sus realizaciones prácticas, tan asombrosamente distintas. 

No hay que olvidar cuán poderosa era en aquellos tiempos la autoridad de la antigüedad clásica, cuán poderoso el anhelo de conformarse a ella y de ignorar el abismo que existía entre la propia época y los siglos en que Aristóteles y Horacio escribieron. Podemos ilustrar la situación con dos ejemplos concluyentes tomados de la historia del arte.

Bernini, el caracterizado escultor barroco, creador del célebre grupo de Santa Teresa flotando en una nube de mármol y el ángel, en la iglesia de Santa Maria della Vittoria (Roma), se declaró, en una conferencia pronunciada en la Academia de París, genuino sucesor y discípulo de los escultores griegos.

Daniel Adam Pöppelmann, arquitecto del Zwinger, edificio típicamente rococó de Dresde, publicó un opúsculo en que trataba de demostrar con todo detalle cuán íntimamente se ajustaba su obra a los más puros principios de Vitrubio, el más importante teorizador de la arquitectura romana.

Fotografíoa da catedral situada en Roma.      

 Santa Maria della Vittoria (Roma)

Complexo palacego con xardíns en Dresde, Alemaña

Zwinger Gardens (Dresde)

Hemos de reconocer, pues, que, en la historia literaria, teoría y práctica pueden ser muy divergentes y que la convergencia o divergencia difiere ampliamente de uno a otro autor. Hay escritores, como Zola o Gogol, en los que se advierte un sensible y verdadero desajusie.

En cambio, otros, más capaces de conocerse a sí mismos, pueden concebir teorías íntimamente ligadas a la práctica de su escribir, e incluso útiles para ella. Sin embargo, durante aquellos siglos era tal el peso de la autoridad, y tan general la aceptación de ciertas premisas y términos, que no puede hallarse fórmula alguna resueltamente distinta, ni teorías originales que realmente se aparten de los conceptos bebidos en la antigüedad clásica.

Confesemos, con toda sinceridad, que la historia de la crítica tiene su interés propio y exclusivo en sí misma, y que incluso no guarda ninguna relación con la historia de las letras; es, simplemente, una rama de la historia de las ideas que está en relación muy difusa con la literatura coetánea.