«CARTAS FILOLÓGICAS» DE FRANCISCO DE CASCALES
Oposición á escuridade de Góngora (1,8-10)
Epístola VIII. Al licenciado Luis Tribaldo de Toledo. Sobre la obscuridad del «Polifemo» y «Soledades» de Don Luis de Góngora (ed. Mercedes Blanco e Margherita Mulas, OBVIL).
A fe de hombre de bien que me parece que el Archipoeta de Córdoba —quem honoris gratia nomino—, ha querido representar estos días al sacristán de Paulenca, teniendo con buen capricho a los más poetas de España descaperuzados, aguardando que dé la tercera campanada. No digo yo que este humor es natural en él, sino que ha sido eutrapelia y rato de entretenimiento, arrojando la capa capitular por el ameno prado, para desenfadarse del continuo coro, gustando de dar papilla a los demás poetas con esta nueva secta de poesía ciega, enigmática y confusa, engendrada en mal punto y nacida en cuarta luna. Porque ¿quién puede presumir de un ingenio tan divino que ha ilustrado la poesía española a satisfacción de todo el mundo, ha engendrado tan peregrinos conceptos; ha enriquecido la lengua castellana con frases de oro felizmente inventadas y felizmente recibidas con general aplauso, ha escrito con elegancia y lisura, con artificio y gala, con novedad de pensamientos y con estudio sumo lo que ni la lengua puede encarecer ni el entendimiento acabar de admirar, atónito y pasmado que había de salir ahora con ambagiosos hibérbatos, y con estilo tan fuera de todo estilo, y con una lengua tan llena de confusión que parecen todas las de Babel juntas, dadas para cegar el entendimiento y castigar los pecados de Nembrot?
¿Es posible, poetas, que no habéis conocido que esto ha sido hecho o para prueba de su ingenio, como inventó Ausonio los versos monosílabos y se inventaron antes los ropálicos y los leoninos, no porque ellos sean buenos, sino para probar las fuerzas y caudal proprio, o para reírse de vosotros? Pues ¿quiere a fuerza de ingenio, con estas ilusiones haceros recibir por bueno lo que él conoce ser malo, vicioso y detestable? Y si acaso —lo que no pienso— habla de veras, y le parece que esta nueva secta de lenguaje poético debe ser admitida, confesaré de plano que, o yo he menester purgarme con las tres Antíciras de Horacio, o él va totalmente fuera de trastes.
Entrando, pues, en este crético laberinto, pregunto si la oscuridad es virtud o vicio. Cualquiera responderá, con Tulio y con Quintiliano y con los demás maestros de la elocuencia, absolutamente que es vicio: Brevis esse laboro, obscurus fio, ‘procurando ser breve, peco de oscuro’. La brevedad es virtud; digo, la oración concisa y casta, que no tiene más ni menos de lo que ha menester; porque, si tiene más, es ambiciosa, si menos, es oscura, y, por consecuencia, viciosa. [...]
¿Qué otra cosa nos dan el Polifemo y Soledades y otros poemas semejantes, sino palabras trastornadas con catacresis y metáforas licenciosas, que cuando fueran tropos muy legítimos, por ser tan continuos y seguidos unos tras otros, habían de engendrar oscuridad, intrincamiento y embarazo? Y el mal es que de sola la colocación de palabras y abusión de figuras nace y procede el caos de esta poesía. Que si yo no la entendiera por los secretos de naturaleza, por las fábulas, por las historias, por las propriedades de plantas, animales y piedras, por los usos y ritos de varias naciones que toca, cruzara las manos y me diera por rendido, y confesara que aquella oscuridad nacía de mi ignorancia, y no de culpa suya, habiéndolo dicho dilúcida y claramente como debe. [...]
Estas nuevas y nunca vistas poesías son hijas del Mongibelo, que arrojan y vomitan más humo que luz. Los lapitas y eentauros fueron nubígenas, engendrados de las nubes; y así como nacieron, tomaron las armas unos contra otros, y dándose la batalla, brevísimamente remataron su plana. Otro tanto creo les ha de suceder a estos mal nacidos Polifemos, humosos y negros, y que, por lo menos, les ha de quebrar el ojo el astuto marido de la casta Penélope.
No siempre la oscuridad es viciosa, que cuando —como acabamos de decir— proviene de alguna doctrina exquisita que el poeta señaló —no siendo muy a menudo—, es loable y buena […] Ni es viciosa, cuando alguna palabra ignorada de los hombres semidoctos escurece la oración, como aquello del mismo autor [...] Ni es viciosa, cuando queremos con ella disimular algún concepto deshonesto y torpe, porque no ofenda las orejas castas; que esto todos los escritores lo guardan [...]
Ni es viciosa la oscuridad en los poetas satíricos, porque, como ellos tiran flechas atosigadas a unos y a otros, y les hacen a los viciosos tragar la reprehensión como píldora, la doran primero con la perífrasis intricada, y fingiendo nuevos nombres, para que quede disimulada la persona de quien hablan satíricamente; y ésta es la causa que tiene por disculpa la tal oscuridad.
En los demás lugares siempre es viciosa, siempre es condenada de los retóricos, a quien toca el juicio de este pleito; y así todos la debemos impugnar como a enemigo declarado, aborrecer como a furia del infierno, evitar como a peste de la poética elocución.
Agora, pues, examinemos algo de nuestro Polifemo, y veremos si hay en él las causas que disculpan y defienden a la oscuridad. [...] En esta ni en las otras siguientes estancias del Polifemo, ni fábula, ni historia, ni secreto natural, ni ritos, ni costumbres de provincias, veo que tengan necesidad de comento. Luego síguese que el velo que entenebrece los conceptos de esta fábula es sola la frasis. ¡Harta desdicha que nos tengan amarrados al banco de la oscuridad solas palabras! Y ésas, no por ser antiguas, no por ser inauditas, no por ser ficticias, no por ser nuevas o peregrinas, sino por dos causas: la una por la confusa colocación de partes, la otra por las continuas y atrevidas metáforas, que cada una es viciosa si es atrevida, y juntas mucho más. [...]
Según lo dicho —que no quiero salpicarlo todo—, bien claro consta que la obscuridad del Polifemo no tiene excusa; pues no nace de recóndita doctrina, sino del ambagioso hipérbato, tan frecuente y de las metáforas tan continuas, que se descubren unas a otras, y aun a veces están unas sobre otras.
Supuesta esta verdad, ¿qué le mueve al autor de éste y de otros tales poemas a desvelarse en buscar perífrases oscuras, y embelesarnos con fantásticas formas de decir, para que no le entendamos? No hallo qué le mueva más de la razón arriba dicha, que es: prueba de ingenio y ostentación de sus fuerzas. Si es eso, ya le concedemos esa gloria, y le confesamos que tiene tan feliz ingenio, que podrá hacer imposibles; como no quiera sustentar que tiene ese por camino cierto de la alocución poética; pues me ha de conceder que cualquier escritor pretende en sus obras enseñar, deleitar y mover, y que la oscuridad cierra a cal y canto las puertas de los tres oficios. Porque ¿cómo será enseñado el que no entienda la cosa? ¿Cómo deleitará el que no es entendido? ¿Cómo moverá los ánimos al lector, que se queda ayuno de cuanto lee una vez y otra?