RELACIÓN CON LA POLÉMICA GONGORINA

Entre los poemas integrados en la musa décima, podemos fijarnos en «Alguacil del Parnaso, Gongorilla», una larga silva que aún plantea dudas de autoría.

Se copia en dos manuscritos conservados en las bibliotecas de Menéndez Pelayo, en Santander, y de la Fundación Bartolomé March de Palma de Mallorca.

Forma parte del corpus de poemas antigongorinos atribuidos a Quevedo y, de alguna manera, contribuye a alimentar la muy interiorizada idea de que él y Góngora fueron enemigos, enemistad que con frecuencia acostumbra a relacionarse con la falsa dicotomía de que representan estilos radicalmente contrapuestos: el conceptismo y el culteranismo.

La composición resulta interesante en la medida en que permite abordar nociones relevantes para comprender la lírica del período.

Transmisión manuscrita

El poema es una muestra de transmisión limitada al cauce manuscrito, por su contenido satírico: una invectiva ad hominem que descalifica al Góngora autor y a la persona de Góngora.

Se difunde atribuido a Quevedo, pero con dudas razonables en torno a su atribución aún hoy no resueltas.

¿Fue Quevedo el autor?

Por sus versos desfilan el propio Quevedo, Lope y otros autores, aderezados con un pastiche jocoso de versos gongorinos (vv. 22-32):

No sea griego Quevedo, sea troyano,

mas en romance, ingenio soberano.

No sea Lope latino,

mas fecundo escriptor, dulce y divino.

No sea francés Juan Pablo

(¿estás contento, diablo?),

y solamente tú, Matus Gongorra,

cuando garcicopleas Soledades,

francigriegas latinas necedades;

siendo así (Mendocilla me lo dijo) 

obras ambas de artífice prolijo.

 

Son algunos de los protagonistas de estas décadas esplendorosas para la literatura española. Simbólicos «huérfanos de Petrarca» en expresión afortunada de Navarrete (1997), que, con Quevedo como colofón, cierran la prolífica (y desgastada) trayectoria del petrarquismo español.

Polémica gongorina

Sirve también este poema como ejemplo de las polémicas que inundan esta época y que, en el ámbito de la lírica, se manifiestan en la más intensa y dilatada, la llamada polémica gongorina.

Es muestra elocuente de esa «crítica literaria» incipiente que asoma en todo tipo de textos, alimentada por las polémicas, que propician la exposición de juicios críticos sobre textos y autores concretos, contemporáneos.

Es síntoma del abismo que se abre entre las normas del pasado —enunciadas casi sin variación en las abundantes preceptivas que se acumulan en el período de transición entre los siglos XVI y XVII— y las ambiciosas innovaciones que se producen en los tres grandes géneros en el barroco.

Un «divorcio» rotundo como estudió Wellek. «Sin poetas hay poéticas», señalaba Rico García (2010), un guiño a la célebre expresión de Egido (1985) «Sin poética hay poetas», sobre la teoría de la égloga en el Siglo de Oro.

Innovación métrica del periodo

Pero también ilustra la versatilidad, ductilidad y funcionalidad de la innovación métrica por excelencia del período: la «problemática silva española», así calificada por Rivers (1988).

 Un metro/género (Ruiz Pérez y Montero, 2008) que permite cantos horacianos a la brevedad de la existencia en los versos de Rioja.

 En la pluma de Quevedo, composiciones intimistas o morales, silvas estacianas con predominio de la écfrasis y el elogio, o peculiares silvas de acepción, no métricas, en poemas como la Farmaceutria, una posible égloga quevedesca estudiada por Candelas (1996) y Pérez-Abadín  (2007). Prodigiosas composiciones épicas paródicas como La gatomaquia de Lope.

 Selvas de versos por antonomasia, como las Soledades gongorinas. Y hasta composiciones jocosas inmersas en el denostado territorio de la invectiva, como el texto que nos ocupa.