LA MUSA DÉCIMA: DOS CENTENARES DE POEMAS
Entre los poemas que la crítica asigna a Quevedo, se encuentran dos centenares recogidos en la edición canónica de Blecua que no proceden de las dos ediciones póstumas de 1648 y 1670, El Parnaso Español y Las tres musas, sino de otras fuentes textuales, la mayoría manuscritas.
Estos textos configuran la llamada Musa décima, cuyo contenido sigue reclamando aún estudios y mayores precisiones, textuales e interpretativas.
No es, con todo, la única parcela desatendida: menor atención incluso ha merecido el centenar largo de textos de atribución dudosa que han sido considerados apócrifos sin argumentos filológicos contundentes, y sin que haya mediado un mínimo estudio textual o de otro tipo.
Es decir, fueron expulsados del corpus de forma casi definitiva pero sin razones concluyentes.
Variedad en los poemas auténticos
Los aceptados como auténticos desde dicha edición moderna — aunque persisten ciertas reservas en una veintena de casos — se caracterizan por una extraordinaria variedad: en su contenido (mayoritariamente burlesco), su métrica y su historia textual.
La recensión de fuentes manuscritas e impresas realizada por Blecua, actualizada en unos pocos casos con posterioridad, revela una transmisión muy diversa, lo que equivale a decir que casi cada poema reclama una edición y un estudio independientes.
La aparición de nuevas copias ha modificado o puede modificar el estado del conocimiento sobre un poema, pues permite localizar deturpaciones inadvertidas o incluso llegar a conclusiones fehacientes sobre su autoría.
Difusión impresa y manuscrita en vida de Quevedo
La historia textual de una parte del corpus indica que existió una cierta difusión impresa aún en vida de Quevedo, pese a no haber sido integrado en las ediciones póstumas.
Entre los poemas con una vida editorial exclusiva, se encuentran los publicados en antologías de varios autores, como Flores de poetas ilustres y Poesías varias de grandes ingenios.
Y también los encomiásticos concebidos para engrosar los preliminares de obras ajenas, entre los años 1599 y 1613, al principio de la trayectoria de Quevedo, en momentos en que intenta ocupar un lugar destacado en el campo literario de su tiempo.
Entre los textos fijados a través de la imprenta, que no parecen haber gozado de transmisión manuscrita, se encuentran también dos poemas fúnebres editados en las Obras de don Luis Carrillo y Sotomayor, de 1613; y el madrigal religioso «El que a Esteban las piedras endereza», publicado en Mercurius trimegistus de Jiménez Patón.
Los citados fueron poemas de actualidad, surgidos al calor de concretas circunstancias históricas o cotidianas tan específicas como la muerte de alguien.