RECEPCIÓN DEL RELATO PICARESCO
Ambos datos combinados (la fecha no del todo clara y la promesa de segunda parte) sugerirían que podría haber existido y circulado una edición desconocida del Buscón, tal vez previa y de redacción coincidente con la tradición manuscrita y no con el impreso, en lo que atañe al final abierto del relato autobiográfico del pícaro Pablos. Incluso podría tratarse de alguna de las contrahechas que circularon por Castilla.
La carta posee el interés adicional de ser un testimonio temprano de la recepción del relato picaresco. El documento se insertaría así, como texto pionero entre los conocidos, en el ambiente polémico que rodea a esta obra desde el mismo momento de su divulgación, que habría obligado a Quevedo a sucesivas reescrituras para sortear la censura, y que desencadenó la redacción de diversas invectivas especialmente injuriosas contra el relato picaresco:
Más brevemente, en la Venganza de la lengua española contra el autor del Cuento de Cuentos, bajo el pseudónimo de Juan Alonso Laureles; y con mayor amplitud en el Memorial de Pacheco de Narváez y en El tribunal de la justa venganza, publicada bajo autoría supuesta del «Licenciado Arnaldo Franco-Furt».
No obstante, a diferencia de las diatribas contra Quevedo, que menudean en la cuarta década del siglo XVII, la carta posee un tono diferente, no polémico, y ajeno a los juicios morales y religiosos que tiñen las demás.
Al tratarse de una carta privada, "familiar», estructurada a modo de "avisos", se presenta como opinión literaria, dirigida a un amigo, benefactor poderoso, a quien se desea advertir, para que la fama del autor del Buscón no le haga albergar falsas expectativas sobre el interés y la calidad del libro que le envía.

Representación teatral del Buscón
La carta comenta dos ideas esenciales:
- El Buscón es repetitivo, en comparación con las «obrillas» burlescas anteriores de Quevedo,
- Carece de agudeza: el escritor, con unos 45 años, se encuentra ya en la «senectud», incapaz de escribir «con aquella gracia primera». Sorprenden los adjetivos y adverbios empleados, peyorativos y enfáticos para ponderar su prolijidad y su abuso de lo escatológico: «prolijísimamente y sin gracia», «pesada y sin sal», «asquerosísimas», «traída por los cabellos y pesada», «malísima», «forzada», «enfadosa de leer», «lánguida».
Sin una clara mención del género y sus rasgos, pero apelando al propósito satírico de Quevedo, el remitente de la carta apunta hacia la revista de tipos usual en la narrativa picaresca. Y añora los tiempos pasados, mejores, del escritor:
Que, siendo el fin de satirizar todos estos estados –en que él otras veces ha dicho maravillas–, en este libro dice maravillosas frialdades.
Su opinión es una descalificación estética rotunda de un libro reseñado, en todo momento, como una estricta novedad.
Los ataques contra el Buscón se documentan desde 1628, en Valerio Vicencio, Al poema delírico:
Fragmento
Dejo los versos, las razones busco;
no hallo ni aun rebusco,
y admiro que razones
no halle el gran maestro de Buscones.
[...]
Aqueste es el legítimo sentido
del breve que has traído,
no el que dan tus razones;
no son los “breves” Sueños ni Buscones
para engañar el tiempo
con excusado ocioso pasatiempo.
Más allá de la descalificación de obras entonces muy recientes, por su falta de provecho, no se aprecia aún el juicio moral ulterior, por supuesto atentado contra la ortodoxia católica, que en los años 30 busca la intervención de la Inquisición y la prohibición de las obras de Quevedo. El primer atisbo de tal estrategia se halla en la Venganza de la lengua española, de 1629:
No tiene la culpa toda el pobre caballero; mayor, sí, quien le dio licencia para imprimir en aquel otro libro, Buscón, de boberías, la devoción de la monja [...] Y da motivo al precipitado pueblo seglar a que imagine que aquellos devaneos, libertades y variedades que pinta son comunes, y que con aprobación se hacen, pues con licencia se imprimen.
De forma más explícita, Pacheco de Narváez examina el Buscón, entre otras obras, en su Memorial de 1630, añadiendo a las "deshonestidades, palabras obscenas, torpes y asquerosas", sugeridas por la carta, consideraciones de mayor calado: la mezcla irreverente de lo divino y lo humano.

Retrato de Pacheco de Narváez
Su tránsito por una veintena de pasajes del relato desemboca en el que cerraba la crítica de la misiva, el de los galanes de monjas, con una síntesis contundente: "este libro […] lo tengo por un seminario de vicios y un maestro que enseña cómo se han de cometer los pecados".
También el autor de El tribunal de la justa venganza, obra tal vez publicada en 1635, desgrana en la segunda audiencia 23 cargos «contra el libro Buscón», que, señala, «primeramente fue impreso en la ciudad de Zaragoza»; el cierre de los mismos es, una vez más, el episodio de los devotos de monjas, donde Quevedo «las trata peor que si fueran públicas rameras».

Portada de libro de las grandezas de la espada. Luis Pacheco de Narváez
No hay en ninguna de las invectivas comentadas referencia alguna a la posible segunda parte que menciona el autor de la carta; el Memorial y El tribunal citan explícitamente las ediciones de Barcelona y Zaragoza, que no contienen ese final: tienen delante impresos diferentes del aludido en la carta.
De no haber sido así, es lógico pensar que habrían atacado la promesa quevedesca de un segundo Buscón para impedir su futura divulgación impresa.
Como todas las ediciones derivadas de la de Zaragoza de 1626 omiten tal indicación, podría postularse que esos ejemplares cuya llegada a Madrid anuncia el cortesano son indicio de otra edición hoy desconocida.
Como he intentado mostrar, la carta conservada en la Real Academia de la Historia, además de ser valiosa como crónica «periodística» del momento, la década de los años 20 del siglo XVII, también posee un interés literario particular a propósito de la fecha de redacción, la posible difusión manuscrita temprana y la recepción del Buscón de Quevedo.