CRONOLOGÍA IMPRECISA

Los críticos que han estudiado Gracias y desgracias han propuesto una época de redacción para este texto burlesco que fluctúa entre los años 1620 y 1626.

Teniendo en cuenta la cronología imprecisa reiterada por la crítica, sólo cabe concluir que el momento de impresión de la invectiva estuvo próximo al de la edición de la obra de Quevedo y proponer su posible condición de pionero entre los escritos directos contra el escritor, o al menos uno de los más tempranos, habida cuenta de que no menciona los que, a partir de 1626, se convierten en asunto central de las diatribas posteriores.

No obstante, la Venganza de la lengua española se congratula de que Gracias y desgracias aún no hubiese sido publicada.

Este dato obligaría a retrasar la fecha de impresión de la obra burlesca de Quevedo, y la de la invectiva inédita, por lo menos hasta ese momento, pero lo cierto es que nada impide que quien hacía tales consideraciones no hubiese tenido noticia aún del texto impreso.

Las coincidencias exactas con el impreso del siglo XVII, en una obra marcada por la complejidad textual derivada de una profusa tradición manuscrita con abundantes variantes (sobre todo en el apartado de las “desgracias”), animan a pensar que fue ésta la que siguió el autor de la invectiva. 

No parece probable una datación más tardía, como posible respuesta contra versiones de la obra publicadas ya en los siglos XVIII y XIX, porque todos los indicios internos del texto, relativos al contexto de escritura y difusión, apuntan a que Quevedo estaba aún vivo y se pretendía zaherirle personalmente, al tiempo que se le descalificaba como escritor. 

A ello se suma la propia catalogación, en el siglo XVII, realizada por la biblioteca en la que se custodia.

Fotografía de un libro abierto

No existe en el impreso ningún dato o alusión que permita identificar al autor, oculto por el pseudónimo “Polvorín de Tras-Te-Riego”, nombre jocoso inventado tras el cual podría encontrarse cualquiera de los enemigos de Quevedo que, a partir de la tercera década del siglo XVII, hicieron arreciar las críticas contra su literatura. 

El nombre parece evocar la asociación usual entre el antropónimo y el gentilicio: el término Polvorín apunta a lo incisivo de la sátira, que metafóricamente dispara su pólvora contra el escritor; Tras-Te-Riego, a un lugar ficticio, documentado previamente en un texto teatral, y tal vez también, basándose en la disociación del término, a los golpes que propina, "riega", con su invectiva contra las asentaderas a las que Quevedo había elogiado. 

Avalan tal interpretación las abundantes referencias al zurriago o a los disparos y la pólvora a lo largo del texto:

y así, supuesto lo dicho, ropa fuera (perdone el lector), y ande el culo por alto, y el zurriago tras él (p. 3). ya está el zurriago a punto, con brioso ademán de sacudille bien el polvo (p. 4)  ¡Oh, quien le viera a este autor embestir con una jeringa a un trasero, y más si fuera abrasando, a ver si el ojo del culo le hacía mal de ojo arrojándosela a las barbas y a sus mismos ojos! Ya se ve las veces que habrá sucedido, y que esto no es fuerza del discurrir, sino violencia del disparar. Quien tal hace, que tal pague (p. 6) Podrá quedar muy pagado, y más si su mismo ojo, celebrando el cariño, hace la salva, soltando la artillería. Que, para que fuera más al propio, fuera bien embocarle por su cañón cantidad de pólvora y demás munición, pero muy poquito fuego por que no se congojase (p. 8)

Análisis 1

Debe recordarse que el propio texto vilipendiado, Gracias y desgracias del ojo del culo, se difundió también bajo pseudónimo, “Juan Lamas, el del camisón cagado”, como otras invectivas contra Quevedo: “Juan Alonso de Laureles”, en el caso de la Venganza de la lengua española; o el “Licenciado Arnaldo Franco-Furt”, en el de El tribunal de la justa venganza.

Las Excelencias y desagravios dePolvorín de Tras-Te-Riego” poseen una estructura tripartita: una presentación del escrito que contiene un ataque contra Quevedo y una declaración de intenciones, en la que su autor desgrana argumentos para justificar que vaya a hablar sobre materia tan impropia; un comentario de las más relevantes “gracias” de la obra de Quevedo, para impugnarlas, sin referencia alguna a las “desgracias”; y una conclusión en la que se reitera el loable propósito de la invectiva, para evitar el efecto pernicioso que el escrito quevedesco podría ocasionar en “el vulgo inerudito”. 

El texto comienza con una mención directa de la obra burlesca denostada, calificada como “aborto” originado por “descuido de la naturaleza”, de “pestíferos y nefandos acentos”, y acusa a su autor de haber “infestado el aire de los apacibles climas de esta Corte”.

El párrafo inicial no sólo cita explícitamente el objetivo del escrito, sino que ofrece datos que permiten identificar el contexto y el momento en que se produce: la referencia a “estos días pasados” apunta a una redacción inmediatamente posterior a la difusión del impreso de Quevedo; por otra parte, el desconocido autor de la invectiva declara haberse basado en la mencionada fuente textual, cuando se refiere a “un papel impreso [...] cuyo título era Gracias y desgracias del nobilísimo ojo del culo”. A continuación, la invectiva justifica el contenido de las Gracias y desgracias en el nacimiento indigno de su autor:

habiendo este autor nacido por aborto de naturaleza, por el ojo que tanto celebra, le quedó la nativa propensión de revolcar su pensamiento en aquel asqueroso conducto (p. 2)

 

Análisis 2

Los párrafos que siguen reflexionan sobre el contraste entre la grandeza de los ingenios de la Corte de España y la circulación de “discursos tan soeces, voces tan impuras, ocupaciones tan pésimas y sin fruto” (p. 2), un hecho que a su juicio no cabe justificar por el supuesto destinatario, la “gente ordinaria” (p. 2). 

Pero la parte más extensa de esta introducción se destina a salvaguardarse de posibles acusaciones de incurrir “en lo mismo que impugno” (p. 3); 

El último de los cargos que se le podrían hacer, el que pueda resultar en “grande mengua mía el ponerme a reñir con un cagado” (pp. 3-4), incluye un doble apodo jocoso para el “autor del tratado del ojo del culo” (p. 3): “Bachiller Clarete” (p. 3), en probable alusión a la fama de borracho que algunas invectivas habían hecho recaer sobre Quevedo; Y “señor Pedaneo” (p. 4), posible dilogía referente tanto al regidor con jurisdicción limitada como a las ventosidades del ojo al que había elogiado.

A partir de este punto, comienza la refutación de las “gracias” enumeradas por Quevedo: su nobleza, su imperio y veneración, su forma circular favorecida, su tacto blando, su proximidad a los cíclopes, su ventaja, su mayor limpieza y su mayor necesidad respecto a los ojos de la cara, su alejamiento de los vicios y escándalos del mundo y su falta de implicación en el mal de ojo en que incurren aquéllos. 

Esta segunda parte traza en su segunda mitad los “desagravios de los nobilísimos ojos de la cara” (p. 1), apelando a su condición de “astros de este mundo pequeño” (p. 6) y a su superioridad respecto al resto de los sentidos, que “les eleva a la línea intelectiva” (p. 7).

El texto concluye como había comenzado, con una nueva consideración sobre el propósito de la invectiva (“que al vulgo inerudito y de mal gusto se le abran los ojos para no tropezar en el que tanto alaba esta buena pesca de tan cenagoso pantano”, p. 8), justificando su brevedad con dos argumentos: su indignidad para tener como destinatarios a cortesanos e ingenios (por la materia tratada y el texto al que sirve de impugnación) y la superfluidad de utilizar argumentos para probar “una cosa tan clara” (p. 8).